Y no solo es una travesura: es, sobre todo, memoria. Memoria enamorada de la gente que quedó atrás, de la familia, de la música que la envenenó, de los que se fueron. También un guiño, una voltereta en el tiempo, una adivinanza, un sueño, trocitos del camino recorrido, como si abriera Isabel Bayón un baúl imaginario que hubiera encontrado en la buhardilla de su memoria y hubiera empezado a sacar de dentro juguetes, libros, fotos amarillas, discos de cuando joven, quizá algún secreto personal, detalles, las pieles de todas las edades anteriores.
Cesar Rufino